“La bondad de Dios te guía al arrepentimiento” (Romanos 2:4)



“Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo,
no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él”,

Filipenses 1: 29

Muchas veces nos encontramos con un evangelio descafeinado que habla de creer en Jesús y “parar de sufrir”. Por supuesto que con la fe en Cristo cesa para nosotros el sufrimiento que viene del mundo, aquel sordo y cruel que hiere y lastima y causa desolación. Pero la fe en el Resucitado trae consigo un nuevo tipo de sufrimiento: un sufrimiento con esperanza que es la antesala del gozo. El pensamiento de Dios/Elohim es tan lejano al nuestro como los cielos lo son de la tierra, y su divina complejidad se expresa en santas paradojas. Leemos más en Filipenses 3:10:

“y conocerle a El,
el poder de su resurrección
y la participación en sus padecimientos,
llegando a ser como El en su muerte,
Filipenses 3.10

Inmediatamente que el Espíritu nos vivifica nace en nosotros la gloriosa esperanza de la resurrección, el sello de nuestra fe. Pero ella precisa ser probada para que sepamos que realmente está en nosotros. Por eso en el Camino se nos hace pasar por el padecimiento y sentimos de pronto el peso de una cruz. Una a nuestra medida, por supuesto, no la que padeció nuestro Señor en Quien se depositó el peso de todo el pecado del mundo. Pero “quien quiera ser mi discípulo tome su cruz”.

No nos quejemos de este padecimiento a nuestra medida. El proviene de la unión perfecta y progresiva con nuestro Hermano. Si no se nos hiciera pasar por este padecimiento a nuestra medida no experimentaríamos el gozo cuando luego de un peso de muerte emergiéramos victoriosos por el poder de Su resurrección que opera en nosotros.

Y cuando la muerte física finalmente nos llegue despertaremos a nuestra completa semejanza con Él:

“Yo en justicia veré tu rostro:
Seré saciado cuando despertare
á tu semejanza”.

Salmo 17:15

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