“Las ofensas me han roto el corazón;
¡estoy sin ánimo y sin fuerzas!
Inútilmente he buscado quien me
consuele y compadezca.
En mi comida pusieron veneno,
y cuando tuve sed me dieron
a beber vinagre”.
(Salmo 69:20-21)
Estos versículos proféticos se cumplieron en el sacrificio en la cruz del Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo. Y reproducen el estado de ánimo en ese momento de Aquel que fue Dios hecho carne:
¡estoy sin ánimo y sin fuerzas!
Él no encontraba quien lo "consuele y compadezca", veía solo burla e indiferencia a su alrededor, para que – en compensación - cuando nosotros estemos en igual estado podamos recurrir a Él por consuelo y liberación. Él fue tentado en todo y lo sufrió todo llegando al extremo mas decaído de la naturaleza humana para equilibrar la balanza y atraer al hombre en toda situación hacia Si mismo. Incluso a quien esta preso en celdas de seguridad. Incluso a quien está en el "corredor de la muerte". Incluso a quien ya está siendo ejecutado, como el ladrón bueno, o el profeta Jeremías en el fondo de un pozo y con los pies hundidos en el lodo.
¡Oh maravilla de Su misericordia!. No estamos solos aun en la peor de nuestras desgracias. Aún cuando estemos sin ánimo ni consuelo, en el límite de todo, Alguien en las alturas, que conoce profundamente la naturaleza humana porque la ha experimentado, tiene el oído atento a nuestro llamado y puede acudir a sacarnos de nuestra postración - si clamamos a Él - cambiándola por gozo y liberación.
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