“La bondad de Dios te guía al arrepentimiento” (Romanos 2:4)



“Y yo sé que en mí, esto es,

en mi carne, no habita el bien,
porque el querer el bien está en mí,
pero no el hacerlo”.
Romanos 7:18

Unas de las frustraciones del caminar en la fe es esta - tan intima - que relata el apóstol Pablo. Porque en el inicio esperamos que, al entregar nuestra vida al Señor y venir a ser habitación del Espíritu, fluirá el bien de nosotros sin interrupción ni impedimento alguno. Pero pronto vemos que no sucede así. En realidad el Espíritu nos sella para vida eterna, como cuando pagamos una seña por algo que vamos a comprar completamente mas tarde. Nosotros somos de Él desde que hicimos nuestra confesión de fe y arrepentimiento de nuestros pecados, y el renovará nuestro corazón sustituyendo el de piedra que teníamos por uno que responda con solicitud a sus toques de amor. Pero esa sustitución no estará completa sino hasta cuando esto que es corruptible – el cuerpo – se revista de incorruptibilidad. Entonces, solo entonces, seremos completamente llenos de su amor. Ahora añoramos el mundo venidero, anhelamos su venida. Pero hasta ese día sufriremos los aguijones de la carne aunque ya se hizo efectiva la promesa de compra.

“¡Miserable de mí! ¿Quién me librará
de este cuerpo de muerte?
¡Gracias doy a Dios,
por Jesucristo Señor nuestro!

Así que, yo mismo con la mente sirvo a la
ley de Dios,
pero con la carne, a la ley del pecado".

En cierta forma encontramos descanso en esta declaración. La vida cristiana normal es una milicia - una guerra - entre el Espíritu y la carne que a veces nos entristece, y otras nos hace saltar de gozo.

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